martes, 24 de julio de 2007

De un silencio ajeno: Sobre Las falsas actitudes del agua de Andrea Cabel por Héctor Hernández Montecinos


Nuestro continente nuevamente vuelve a mirarse a sí mismo como un motor neurálgico de la cuestión poética, no desde una vanidad canónica ni de una soberbia academicista, sino que del propio quiebre y la celebración del fragmento que algunos llamamos ruina, porque justamente si algo podemos apreciar es el aura de esas ruinas en esta catástrofe global. No sólo se habla de literatura, sino que de ecologías humanas, accesos al bienestar civil y social, igualdad de derechos, etc, pues desde estas ruinas es de donde nace el contexto, la pregunta y la contingencia por el valor de la poesía en el actual sistema mundial, y más en específico, en nuestros países latinoamericanos. Estos intersticios en los discursos hallan su correspondencia en las fracturas de los cuerpos y los límites de los territorios que conforman a las subjetividades. Y es desde este triple anclaje, discursos, cuerpos y territorios, que tal vez se llegue a una respuesta mucho más profunda de una pregunta que aún no se ha inventado, y esa pregunta no puede sino venir desde la propia poesía, que a la vez es contraseña y realización.

Esta nueva edición, que incluye unos inéditos, de Las falsas actitudes del agua de Andrea Cabel es un nuevo aire a la poesía latinoamericana escrita por jóvenes, pues esta obra se desliza entre los géneros con sorprendente sutileza, es decir, brilla cuando crea contextos narrativos, reluce en la construcción dramática de su palabra, y su versificación sobria pero proliferante hacen de este, su primer libro, una de las interesantes e imperdibles lecturas de la más nueva poesía peruana. Sin duda, es uno de los debuts literarios más auspiciosos, más seguros y con menos miedo al enemigo número uno de la poesía: el qué van a decir de mí; es por eso que Carlos Germán Belli no se equivoca al señalar que Cabel se enseñorea de un estilo propio, pues justamente tiene que ver con la belleza de su honestidad, el preciosismo de su registro y por, sobretodo, darle la voz a un corpus-cuerpo que ha sido silenciado y cercado por los pantalones de la poesía.

El primer capítulo homónimo al título del libro construye un juego de espejos donde la subjetividad escribiente metamorfosea su propia desaparición y se escabulle de la tinta obsesionada en demarcar una palabra sobre la página en blanco. No hay voz sino eco, no hay rostro sino máscara, no hay tiempo sino caídas, no hay pasado sino intuición. Cito:

la salud como aspaviento de leche y petróleo,
la infancia socavando lo repentino, las velas, las luces,
el humo de la cocina y la estrella fija en el cielo

“Fruta partida” es el siguiente capítulo en donde este cuerpo vegetal deviene átomo, deviene semilla, es decir hace un pliegue con su origen como emergencia de un porvenir, del mismo modo que el poema en sí anuncia el inicio de su final. Entonces esta célula primigenia es a la vez el propio mundo que se parte en los hemisferios que posee el recuerdo, al igual que los versos cortados no por el aire sino que por esas líneas diagonales que parecieran brillar en su filo. Esta serie de textos pasan como una serie de fotogramas que mezclan varios personajes distinguibles por sus deseos nómades y por la lucha de sacarse de encima un destino escrito por otros, de tal modo como las letras de un alfabeto se mezclan promiscuamente para convertirse en palabras. Cito:

o
(...)

... luego de la graduación, salvador y yo/ éramos plato servido
/ e insólitos juguetes/ materias imperceptibles de piel roja./
dientes y culpa/ ambos buscando tus pechos y queriendo, /
volver sin traje, / sin árbol derribado y morado tras las alas.

La tercera sección es “Todas las mujeres han sido tú” en donde las transversales de los capítulos anteriores se retoman con fuerza y este juego de máscaras sin rostros y la trashumancia del relato materializan a estos cuerpos-mujeres que cuestionan su aparición mediante su propia existencia, pues en ellos la percepción no sólo es producto de los sentidos, sino que también de una sensitividad y sensibilidad que bordea la noción de lo otro, sabiendo y asumiendo que la alteridad es decir esto es como yo. Los nombres de estas mujeres son las nominaciones de fragmentos, conceptos, rememoranzas de todos los cuerpos en su momento extático, pues por un lado se anula su temporalidad y por otro su agenciamiento perfila una política y un cielo donde cada cuerpo es celeste, es rotación y traslación, pero también es gravedad. Cito:

Techo sembrado de lluvia con raíces gigantes, y sondas verdes
sujetando la bomba que naufraga inmóvil

El conjunto de textos que se anexan a esta segunda edición deambula por cierta animalidad somática en que la voz-susurro-grito pareciera releer el libro por completo, pues torna monstruoso lo que antes era sereno, y pone en duda la propia necesidad de los espejos. El texto “puercoespín” es clave en este somero recuento de lectura de Las falsas actitudes del agua, pues aquí se concentra cada uno de los vectores y materialidades que los poemas trabajan en su construcción de término material y simbólico. La tensión, el deseo, la angustia, lo ominoso y la delicada narratividad del libro decantan y logran ser un aleph de una poética arriesgada, contundente, honesta y política, porque en este momento histórico la autenticidad y la poesía siguen siendo una microrevolución, una contrareforma o una ecosofía que ni la moral, ni las economías, ni los mercados podrán engullir tan fácilmente, porque la poesía sigue siendo una opción de libertad y creatividad al amparo de la necesidad y del coraje como maravillosamente Andrea Cabel ha logrado poner en escena en este libro, sin aspavientos ni panfletos.

La poeta ha logrado desterritorializar una voz y convertir el silencio ajeno en un suave pero vital aire que refresca y oxigena los polvorientos discursos del testimonio, la lucha y la metaliteratura, porque de algún modo todo cuerpo ajeno es el propio cuerpo, y el corpus colectivo de algo que hoy se está escribiendo en Latinoamérica y que sólo mañana podremos leer como un sueño roto o como un desencanto luminoso e imperecedero. Para terminar:

dijiste que te gustaba la carne con espinas. que era tu vida el caminar de lado, ser blanca como las angostas calles de tu casa, y brillar en silencio como las estrellas del techo que se te cae todas las noches. yo soy un animal que se amolda a tu cama, repleto de espinas. lleno de cercos y púas. soy la mortaja que en tu vientre se revuelca pidiéndote madre.

la mujer que en tu mente me reta, soy yo, vestida de lana por el invierno, escondiendo las púas para no asustarte y cantando en voz baja, la canción de cuna de los niños que tienen frío. una burbuja rosada se cuela entre tus ojos que miran al techo del piso ocho

y solloza.

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