miércoles, 29 de agosto de 2007

Para confusión de los boy scouts. Felipe Cussen “Deshuesos” Ediciones Animita Cartonera. Santiago, 2007 por Carlos Labbé


Esto lo vengo diciendo desde la primera vez: cada vez se me hace más difícil leer poesía, porque a medida que desaparece el fingimiento de la comunicación y emerge un habla única, compleja, tan difícil de entender como el hecho de que nadie es realmente entendible, uno termina preguntándose sobre los límites de la verbalidad: si cada estado de ánimo tiene un distinto sonido, si las palabras pierden o ganan un significado en cuanto son dichas, si el lenguaje verbal nunca es abstracto y jamás da lugar a algo que no sea conversaciones, libros, pantallas. Uno no sabe si en Deshuesos, de Felipe Cussen, el cartón de la portada y el papel de impresora le dan sentido a la verborrea, a la sintaxis discontinua, al permanente arrepentimiento de una escritura y la sustitución de una imagen incompleta por otra –“tiemblen durante caer la lluvia y es necesario, una entrega de muebles sucesiones que se creían tan exquisitas o no como puñales” –, o bien si sólo se trata de una oportuna concurrencia entre las materialidades con que está fabricado este libro; igual que una mano demasiado higiénica puede botar este objeto a la basura sin darse cuenta de que tiene páginas, a un ojo impaciente le puede parece simple ingeniosidad que Deshuesos abra con un epígrafe que remeda la biografía de autor que suelen traer las solapas de los libros de papel bond e impresión industrial:

“Felipe Cussen (1974)
Nunca fue boy scout.”


Me parece, en cambio, que se trata de una primera evidencia del interés –casi digo la exigencia– que Cussen demuestra hacia el lector, similar a las advertencias de los libros de antaño, como esa Selva oscura donde Dante Alighieri situaba al lector para que quedara de manifiesto la necesidad de leerlo desde su contexto biográfico –“A mitad del camino de la vida/ yo me encontraba en una selva oscura,/ con la senda derecha ya perdida”–, para que nos enteráramos de que no sólo hubo viaje al infierno, al purgatorio y al paraíso, sino también una persona, un cuerpo físico que sufrió el rigor del ascenso. En este caso, la voz que va perdiendo corporalidad en Deshuesos propone dos problemas que a continuación discutirá hasta la disolución: la necesidad que toda escritura literaria tiene de atribuir sus excesos formales, su desconcierto retórico y su inasible sensación de lectura a una biografía en primera persona, a una identidad que se quiere construir a sí misma, al nombre de alguien que nació en determinado año –un hombre de edad joven, un nombre y un apellido con resonancias nacionales, sociales, étnicas, de género, etcétera–; la necesidad, también, de construirse como persona, voz y autor no desde ciertos gustos que otorgan una filiación cultural, a partir de la ropa que usa, las fotos que muestra, la gracia de sus movimientos al bailar y el deseo que el propio cuerpo pueda provocar en otros –no soy un actor, no trabajo en la tele ni especulo en el mercado, si realmente escribo– sino desde la antiquísima labor del lenguaje: decir la paradoja de que la única manera de decir algo verdadero es no decirlo, negar el silencio al mismo tiempo que se refuta una mentira, preguntarse cómo ser honesto sin dogmas, mafias ni ambigüedades, sólo porque la persona que deja hablar a la voz de Deshuesos “nunca fue boy scout”.

Tomado de http://www.letras.s5.com/fc280807.htm

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