martes, 11 de diciembre de 2007

…L’absente de tous bouquets: La muerte del autor de Roland Barthes y dos poemas de Stephane Mallarmé (“Herodías” y “Un golpe de dados”)


Por Karina Falcón

Guardar silencio,
es lo que sin saber
queremos todos al escribir…
M. Blanchot

¿Quién está hablando así? Una voz se deslíe de su –en su- raigambre. El texto se asienta como un territorio de nadie donde las múltiples identidades y voces que pudieran habitarlo se diluyen formando un solo cuerpo: el cuerpo del discurso. Ésta metáfora la sabemos. ¿El autor? Habita ahí como un remanente del silencio, ceniza de un artificio que se deja observar en su contingencia. Habla el texto y con cada palabra muere el autor: la voz se convierte en abandono.

El lenguaje ubica. Él sólo se basta para desplegar las múltiples posibilidades que yacen dentro del discurso; el lenguaje es el deíctico del lector, lo señala, lo coloca, puede situarlo en certeza, pero también es cierto que puede llevarlo a la confusión, a la desorientación y lindes afuera. El autor es mero accesorio en el texto; pues el texto es evento del lenguaje per se y no necesita una voz que lo dirija o un centro depositario de toda su significación; para llevar a cabo un acto de reciprocidad el texto sólo precisa de otro actante: el lector. No requiero citar aquí a Bajtín, Barsky, Voloshinov o Derrida para dar fe de éste argumento, se sabe que todo acto de escritura es dorsal a la lectura (aunque ésta sea incipiente) y que el texto es una voz donde una multiplicidad de orígenes se vierte[i]. El autor nunca permanece, es aquello indecible e indecidible que resulta del viaje en espiral hacia el inabordable corazón de la obra: mientras más adentro se llegue afuera se está. El texto literario es un juego de lenguaje -solazado en sus significados y significantes- que abastece al libro de raudos dinamismos que pueden sólo encontrar mesura en los ojos del observador, en el espacio visual que observador determina.

La escritura a partir de las modernidades comienza a efectuarse como un desplazamiento sobre/en la palabra -sin tocar su centro-; es un ramillete puesto sobre el corazón discursivo en cuyas ausencias es. El pensamiento se interrumpe en grietas que hacen de verdad. Aquí, toda verdad siempre será fallida, una gentil forma de mentiras, y por tanto el pensamiento se hallará como falsificación. Inicia el lamento hacia el paroxismo del vacío y la búsqueda de una –la- palabra pura se convierte en balbuceo y convulsión, el autor va muriendo ahí y se sabe del texto, poema o palabra que es la flor ausente (la ausencia en sí ) la que hace al bouquet.

La obra de Mallarmé, en especial “Herodías”, “La siesta de un fauno” y sobretodo “Un golpe de dados” provocan un deslizamiento hacia la ruptura autor-texto; los poemas se vuelven –de manera sucesiva- mera enunciación, locución en el aquí y ahora sin locutor alguno más que el propio receptor. En Mallarmé la voz se disloca, y en ella es posible recargar otras voces -el vacío mismo-, el silencio y con él un muro que refracta posibles interpretaciones. El texto es por él mismo, es la poesía la que –sola- se sostiene luego de huérfana; se vierte plena, diluida, sin centro alguno, ella misma en el fantasma de sus lindes. Es la pulsión hacia la palabra pura aquello que lleva a Mallarmé a disgregarse, perderse para dar paso al extrañamiento del nombre, del nombrar. Es el autor que muere con cada nuevo poema porque el poema así lo exige, es menester. La palabra se va construyendo y re-construyendo con las muchas voces que es, en ella el autor va y viene y siempre es un cuerpo distinto, también el lenguaje.

El autor, es un Odiseo, oudeis, nada[ii]. Así en la poesía de Mallarmé es posible ver un hogar que se abandona, una muerte en cada palabra, una nueva construcción del tiempo; no se vuelve al hogar y se vive ahí, pero en una alteridad, en el sobrevivir que brinda el cuerpo del otro a cambio de la auto-destrucción. Entonces, el contexto se disloca y se fragmenta hasta tentar los límites del espacio visual; la mirada no logra llegar más allá, no logra describir que hay allá. Es posible intuir la muerte, los nombres de esas muertes, el devenir de la periferia y con ella el silencio de los muros –inexistentes-. El texto se desborda.

Barthes cuando habla de la muerte del autor, no propone si no, la aceptación del verbo a partir de un hueco que lo prescinde y la celebración de éste en su plena oquedad. El vacío que impulsa/repulsa la palabra y la espera en gesto recíproco. La poesía de Mallarmé es una aproximación al mutismo –al vacío- y luego entonces llega hasta el silencio y ahí parece abismarse, siendo el vacío origen y desembocadura del poema- La energía centrífuga y centrípeta que lo hace posible es la sucesión de un balbuceo que logra pronunciarse y así construir sus propias horas.

El poema es -dentro del lenguaje poético- la suerte de una intimidad donde los cuerpos actantes no se aproximan, pero convergen; es la búsqueda en un mundo a través de las herramientas que el mundo así –en sí- mismo (se) proporciona. Es un espacio visual para el mismo, por el mismo y hacia él. Por eso que transmita esa sensación de sentido inacabado, disperso aún en su completitud. ¿La voz? Inexistente, porque es sabido que la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen.

Para Barthes todo signo es cultural, no natural[iii]; todo signo porta un vínculo con la cultura en la cual está insertado. En el caso del texto literario, su lenguaje es aquel que resplandece en opacidad, se extrae de un marco cultural, es un mundo y por ende no es locución natural: es una ausencia total, no implica ningún refugio, ningún secreto; no se puede decir que sea una escritura impasible; es más bien una escritura inocente[iv]. Justo en el código que construye ésta “inocencia” radica la opacidad del texto. El lenguaje se pretende natural, pero se construye a partir de una técnica; es un lenguaje pensado, cimentado en una ideología. Es en ésta pluralidad de pensamientos que el autor se disipa, se dilapida en un texto, su texto. Se obtura y al mismo tiempo fragmenta sus lindes. Es decir, cierra sus ojos para abrir los ojos de ese otro en espera, el lector. Así, el signo, la expresión que lo abraza, es también un mundo, una forma de habitar; Wittgenstein diría en sus Investigaciones Filosóficas: un modo de vida, un lenguaje del cual no se puede especular nada si se piensa como límite al autor. Esa voz que no pertenece al discurso, que está fuera del texto, y si acaso lograra permanecer dentro, lo haría como simple tropo, como un recurso retórico más: centro de un cuerpo sin centro alguno.

La obra de Mallarmé es un corazón que se colapsa y fragmenta hasta tocar el silencio. Silencio primigenio del cual brota la palabra para a él regresar. El poema es una imagen que fosforece hasta hacer desaparecer la voz del poeta justo en el incendio de la página blanca; en “Herodías” (“Hérodiade”) iniciado en 1864 es posible ver la evaporación del respiro que se inicia en la obra. Mallarmé buscaba la palabra pura, un balbuceo que en posterior nitidez lograra liberar al texto, y lo dejara en abandono. Lo que parece una entidad orgánica y completa, es en realidad espacio medular dividido en distintas voces que en el diálogo extenúan la identidad del autor. La nodriza habla:

El agua taciturna se resigna,
No más visitas de la pluma y el cisne
Inolvidable: el agua refleja el abandono
Del otoño que en ella extingue su antorcha
[v]

La filosofía en la creación del texto da lugar a diversas escrituras, a diferentes formas de la poesía: pintar el efecto y no el objeto. Aceptar el mundo en sus apariencias y liberarlo en la sensación, como un pretexto. El objeto, como un pretexto para la trascendencia; herodía como belleza y el poema mismo que se pierde (en el abandono reflejado en agua). El poema que emerge en soledad y a ella regresa, muere y regresa, y muere cada vez: “Sí, es para mí, para mí que florezco desierta”[vi]. La experiencia límite del silencio y la muerte que cierran y ciñen la voz poética; un desierto del cual surge la voz y a él regresa, sólo para callar, para morir.

Es ridículo indagar en el poema con la pretensión de encontrar un lazo que se líe a la vida personal de Mallarmé y viceversa. Uno no dice o desdice al otro, no se pertenecen; si así fuera se diría que la obra de Mallarmé es también el fracaso de Mallarmé como hombre[vii]. Barthes plantea la impersonalidad de la escritura ante el sujeto vacío que es suficiente para conseguir que el lenguaje se mantenga de pie para agotarlo por completo. El sujeto es vitalismo y cercanía a la muerte, el texto es el tejido que hila vanos y en el se reprende y festeja, se repliega y encuentra. En el texto literario un sistema se desborda, un código se decodifica y un espacio se deconstruye hacia las muchas citas que es, pero nunca devela sus identidades. Sin embargo disemina sus sentidos y los vuelve mutables de acuerdo al lector, quien puede entonces, desenredar las apariencias pero nunca descifrarlas. La vida del autor muere antes de la posibilidad del texto y el autor muere con el texto, entonces otros ojos se abren para reavivar el corazón del discurso.

En “Un golpe de dados” el texto habla, los espacios en blanco arden; el respiro del discurso se deja sentir en la pulsión de las palabras. Un cuerpo desconocido se articula en el cuerpo del libro, hay más de dos alientos, tres, cuatro… El tiempo lo construye el lector, también el orden de la sintaxis. El espacio es un lugar construido por los ojos que irrumpen en la hoja y la armonía es el sino que se desgaja y se vuelve único vaso comunicante entre la palabra y el lector. Se llega al vacío, se habita el abismo. La oquedad que construye a la palabra y devanea en el verbo emerge aquí, resuena.

El poema es pulsión vital y ondulación de muerte, es una metáfora que se encoge y se distiende para ser alcanzada:

SEA
que
el Abismo
blanqueado
despliegue
furioso
bajo una inclinación
desesperadamente plana
un ala
[viii]

Ahí, se aleja el autor y se burla un código. Entonces, no se puede dejar a un lado el pensamiento del juego del lenguaje, una realidad que es burlada por el esparcimiento sinuoso de sus formas que llevan a la contusión verbal y a la pérdida de la coherencia. Es el lector quien hilvana el texto, quien adviene en los trazos de lo absurdo para apreciar la palabra: la escritura blanca. El vacío sobre el cual se agita el mundo.

ERA/EL NÚMERO/SERÍA/EL AZAR
ERA/EL AZAR/SERÍA/EL NÚMERO
ERA/ EL NÚMERO/existiera/EL AZAR

Un navío en impasible agua, que se enturbia cuando el silencio se solivianta y se vuelve en la página/ se vuelve página. Las escrituras se contradicen y se niegan para crearse de nuevo y de nuevo volver a la posibilidad, al balbuceo. La identidad se sabe un camino perpetuo, donde los nombres de los muertos que van cayendo en el trazo son las piedras que hacen el camino y transfiguran así, sus costados. Un navío que es pérdida, un desvío; el juego de la reconfiguración a partir del otro, de ese otro inalcanzable y llamado identidad. La palabra, un navío que se pierde y habita una apariencia a la vez que burla al código del cual proviene, es y no está en el mar.

El autor ya ha muerto -tiempo atrás- en acto seminal: Nace el lector, tal vez, tal vez y:

NUNCA
AUNQUE FUESE LANZADO BAJO CIRCUNSTANCIAS
ETERNAS

DESDE EL FONDO DE UN NAUFRAGIO…

Un golpe de dados –un pensamiento- abolirá el azar…
Es pues la ausencia, la que hace al lenguaje, al bouquet.


CITAS

[i] Barthes, Roland. “Muerte del Autor”. En: El susurro del lenguaje. Madrid; Paidós Comunicación, 1987. Pg. 71.

[ii] “Mi nombre es Oudeis” (nada) dice Odiseo al Cíclope cuando éste le exige que se identifique. Homero. La Odisea. Libro IX. Version directa y literal del Griego Segala y Estalella, prol. de Manuel Alcala. Mexico; Porrua, 1976.

[iii] Zecchetto, Victorino. Seis Semiólogos en Busca del Lector. Buenos Aires; Ediciones CICCUS, 1999. Pg.80.

[iv] Ibid.

[v] Mallarmé, Stephane. Poesía (Traducción Ximena Subercaseaux). México; Mantis Editores, Ediciones sin Nombre, 2005.

[vi] Ibid.

[vii] Me refiero a la frase de Barthes en “La muerte del Autor”con respecto a Charles Baudelaire.

[viii] Mallarmé, Stephane. Poesía.
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DATO
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Karina Falcón (Ciudad de México, 1984). Es autora de los libros Cartas (al abismo) (Narrativa) y Devoción: Poesía de la Carne (Poesía). Ha publicado ensayo y crítica en distintas revistas de México y Latinoamérica. Actualmente dirige la Editorial de Ensayo y Poesía Ojo de Esteno y colabora con el Periódico de poesía de la UNAM y con la revista Asfáltica.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola Paul. Muy buenas estas impresiones sobre la obra de Mallarmé. Saludos.

Anónimo dijo...

Qué interesante. yo también pienso que el texto es ambiguo siempre, vital y mortecino. Excelente texto, me gusta que en un ensayo se usen muchas metáforas

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