martes, 8 de julio de 2008

Jack Spicer, García Lorca y la poesía experimental por Martín Rodríguez-Gaona

"De alguna forma el infierno existe en la distancia / Entre lo que se recuerda y lo que se ha olvidado. / El infierno de alguna forma existe en la distancia / Entre lo que sucedió y lo que nunca sucedió / Entre la luna y la tierra del instante / Entre el poema y el ojo amarillo de Dios”. Al leer estos versos de las “Elegías imaginarias”, parte de los hermosísimos poemas que el poeta estadounidense Jack Spicer (1925-2005) rehusó al iniciar la segunda etapa de su obra, un inteligente amigo llegó a una conclusión rotunda: “A veces, la poesía experimental demuestra una profunda vocación autodestructiva”. En efecto, se suele entender que la poesía es un arte para minorías y, dentro de ella, que toda propuesta que desafía abiertamente lo comunicativo –desde posiciones gráficas, lúdicas o intelectuales– está condenada, por esa ligereza, a la oscuridad más absoluta, al desprecio o el olvido de los lectores. Sin embargo, para Jack Spicer, el extraordinario poeta-lingüista de San Francisco, aquel riesgo resultaba inevitable, pues estaba en juego encontrar una vía para que la palabra recuperase su condición de productora de sentido (una idea amenazada en la modernidad por las aportaciones de Mauthner, Wittgenstein y Sapir, que niegan la referencialidad natural del lenguaje, su capacidad para traducir lo real). Consecuentemente, Spicer asumiría este reto desde lo más profundo de su personalidad, con el dramatismo del ludópata y la obsesión del hincha –el bridge y el béisbol eran otros de sus juegos favoritos- porque, finalmente, la poesía debía ser algo más que la expresión del deseo o la frustración de un individuo. La tarea era lograr que los poemas trascendiesen su condición de asuntos de una sola noche, que llegasen a ser más significativos que el sexo en las saunas públicas.

Esta decisión, asumida en 1957, cuando Allen Ginsberg, Jack Kerouac y otros escritores Beatniks asaltaban la escena poética estadounidense, le hizo emprender A la manera de Lorca, un conjunto de cartas, traducciones e imitaciones, dirigidas al fantasma del poeta andaluz. En este libro, Spicer hace participar a García Lorca como autor de textos apócrifos y destinatario epistolar de reflexiones poéticas y personales, incidiendo en que toda lectura crea una comunidad espiritual, al menos por un verano, al menos de forma efímera. De esta audaz manera, Jack Spicer lograba cuestionar conceptos tradicionales asociados a lo poético, como la autenticidad y la autoría.

A partir de aquel momento su obra, continuada en pequeños conjuntos de poemas como A textbook of Poetry, The Holy Grail o Language, se basa en dos principios fundamentales: la escritura surgida como consecuencia de un dictado externo –proceso ajeno por completo a la voluntad del autor- y la creación constante de sistemas, de poemas en serie, con los que supera las limitaciones del lirismo decimonónico. Esta fe en una aproximación casi ocultista al lenguaje lo relaciona con las poéticas de Yeats, Rilke y Stefan George, y en gran medida, su inusual mezcla de intelectualismo e irracionalidad ha hecho de la poesía de Spicer una de las más apreciadas e influyentes de la poesía estadounidense contemporánea.

Pero Jack Spicer, fuera de sus logros, demostró siempre un extraordinario talento para llegar muy temprano o muy tarde a todas las citas donde se encontraba el éxito. Después de haber sido uno de los responsables de la creación de la Six Gallery, un inoportuno viaje le impidió participar allí en la lectura de Aullido (1955) con la que Allen Ginsberg dio el pistoletazo inaugural a la poesía de su generación. Más grave sería aún la deserción que su amigo Robert Duncan hiciera del pequeño grupo que conformaban con Robin Blaser, paródicamente llamado Berkeley Renaissance, en búsqueda de la notoriedad de otros proyectos como el Black Mountain College o los propios Beats.

El golpe decisivo, no obstante, fue mucho más concreto, lento y artero: Spicer rechazó, en plena caza de brujas McCarthysta, un juramento de fidelidad a la constitución de los Estados Unidos, por mantener sus vínculos con la Sociedad Mattachine, organización pionera en discutir el papel de los homosexuales en la sociedad contemporánea. Este gesto le costaría dañar irreparablemente su carrera universitaria, hasta llegar al desempleo, por lo que los últimos años de su vida se convirtieron en una academia improvisada en bares para jóvenes poetas, largas horas en la playa, escuchando béisbol y sugiriendo versiones de un lenguaje marciano para el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick, y grandes dosis de alcohol y poesía.

La seriedad del jugador nato llevada a todas las esferas terminaría, inevitablemente, por pasar a Spicer una última factura. La poesía experimental demuestra una profunda vocación autodestructiva: “Mira lo que mi lenguaje me ha hecho”, alcanzó a decir Spicer a Robin Blaser en el hospital de caridad, entre el sopor del coma alcohólico. “Sólo tu amor te permitirá seguir”. Hace cuarenta y dos años, un verano, como García Lorca, Jack Spicer inició su diálogo infinito con los muertos, y sus cenizas están enterradas en una tumba sin nombre.

Fuente: El águila ediciones

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