domingo, 31 de octubre de 2010

Un seguimiento a la poesía de Jorge Pimentel a la aparición de la edición peruana de "Ave Soul" por Orlando Guillén

Anda caminando con pie de 2008 «Ave soul» (Doble Príncipe Ediciones, Lima), del peruano Jorge Pimentel. Una edición sobria y cuidada, diríase elegante, que añade a la primera (El Rinoceronte, Madrid, 1973), poemas que entonces el autor no tenía a la mano pero que al «Ave» pertenecen y ahora recupera, y algunos textos inéditos de Roberto Bolaño alusivos a ese poemario y a varia paradoja. He tenido fugazmente la edición conmigo, pero manejo para esta nota apresurada la española.

Como B, conocí en México por la argentina Diana Bellessi la poesía de Pimentel a través de «Kenacort y Valium 10» hacia 1971-72; o sea: uno-dos años después de la aparición (1970) de ese libro de arranque de andadura. Era frescura y desparpajo o río a borbotones. En 1975 nos hizo coincidir en un mismo tomo latinoamericano de su arbitrio poético biográficamente adolescente el citado y ya difunto escritor chileno: «Once muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego» (editorial Extemporáneos, México). Nada me corresponde decir de sus presencias: todas ellas masculinas, extrañaba en su prólogo Efraín Huerta. Pero una ausencia abre hueco en el agujero negro de los días y no honra este florilegio: la de Bellessi, precisamente.

He seguido a lo largo de los años de manera esporádica y accidentada la obra de Pimentel (en México, pongamos por caso, la ha divulgado con tenaz acierto antológico Mario Raúl Guzmán en su revista “La zorra vuelve al gallinero”). Recientemente en cambio he tenido la ocasión y me he dado el tiempo de leer sus libros. Quiso el cabrón destino que, casi de manera simultánea, leyera también varios importantes de los que constituyen la amplia bibliografía poética de Bellessi. Son muchas cosas los libros de ambos, pero sobre todo son obra. Este hecho señala poeta como venado con alas signa ejemplar por rareza. Así las cosas, esto y no más: Jorge Pimentel y Diana Bellessi son dos de los dedos de las manos poetas de mi generación latinoamericana de los cuales se puede decir en estricto poético que cuentan con obra, y ello es tanto como tanto es una vida creadora.

«Ave soul» es sólo el segundo libro del autor. Aparece con mayor contención de tono frente al fluido vivencial y contextual de hombre solitario y de la tribu que sin embargo prima; y más intenso por ramal que comienza a desnudarse dentro de su natural exuberante. Un camino este que será largo y debe estimarse, también en este libro, de aprendizaje. Hay aquí poemas que avizoran lejanías ciertas y se abren a la materia poética de sus libros posteriores atándose a ellos con nudos de espíritu y carbón de diamanteser en progresión. Me ilustran por partida doble los versos que vienen y ya empiezan a tomar aviada del poema “Ballesta II”, pero igual podrían ser versos de distinta procedencia: por ejemplo, de “Balada para un caballo” o de “Balada de los relámpagos inacabables” o de otros de la misma fuente avesoulitaria, y sería experiencia igual y bella, aunque la belleza sea sólo cuestión circunstancial y no persiga propósito conceptual no en el poema sino en esta líneas y se tenga, porque así debe ser y es, por inmanente a la poesía: “Esos ojos que en algún lugar los he visto/ Esos ojos recuerdan la noche en que súbitamente aparecieron/ destemplados tristes persistiendo en abatir a mis ojos. // Pero como esos ojos persisten/ y se confunden con los míos en un ritual cómplice/ se buscan afanosamente, quieren alcanzarse/ pero el esfuerzo no lo es todo, falta algo. //Quizá todo esto no baste/ y se necesiten nuevos ritos para que mis ojos/ y los tuyos logren asirse cada vez más y más. // Esos ojos ahora se alejan, retroceden./ Pruebo otra vez por acercarme, recorro su misma/ oscuridad, pero es inútil”... Así, «Palomino» (Carta Socialista, Lima, 1983) abre con puerta de prosa una convicción que se desdoblará más adelante con ala de verso en un libro que es el primero de presencia y tonalidad lírica propias de este poeta al mismo tiempo melancólico, trágico y vitalista cuya residencia en la tierra encuentra expresión en su peruanidad irreductible y en universal de poesía: “Ser poeta es permisible hasta los 25 años. Después eres loco, hombre peligroso, mátenlo. Hemos asumido la adolescencia con adultez y la niñez la hemos olvidado. En este país la muerte es nuestra mejor amiga y hasta quiere rimar la esperanza. Llevo tiempo en el oficio y como diría mi compadre Manuel Morales, ser poeta en el Perú no se lo recomiendo ni a Superman. Dos palabras me resumen todo, absolutamente todo: tengo miedo y hay que luchar. Lo demás es Palomino”, palabras que se ubican en los sesenta-setenta de conciencia poética latinoamericana aunque aparezcan en los ochenta, y que podría haber firmado Roque Dalton domando la uña roma de su pulgarcito de América en su propia poesía amorosa y en los contenidos de «Pobrecito poeta que era yo», o, pero sólo de lejos, en «Taberna» o incluso en «Los hongos». Mas dejo aquí la referencia porque son poetas de obra diversa en intensidad lírica y peripecia humana (Pimentel es de espíritu mucho más cercano a Vallejo) y porque me enmierda el ser si sigo el asesinato de Roque en manos de un cabezal de conducción ya entonces corrompido de la guerrilla salvadoreña y porque en este sentido nadie salvo la historia se lo cobrará en especie a Villalobos (hoy, no sé si todavía pero en esas anda, asesor contrainsurgente del oscuro matón presidente colombiano), y también porque remite a la callada complicidad del ¿poeta? Eduardo Sancho. De esto se han ocupado, digamos que insuficientemente todavía, otros, muy pocos. En una improbable tercera edición de mi libro «Hombres como madrugadas: la poesía de El Salvador» (Anthropos, Barcelona, 1985 y UAM-Molinos de Viento, México, 1989), intentaré algo sobre esto... Aunque «Palomino» es libro que merece un registro y una lectura mucho más profundos que los que a esta nota le imprime su alcance periodístico y su destino volandero, me contentaré por ahora con este par de citas reveladoras del otro y de los demás en el poeta, y del lugar de acontecimiento de la poesía: 1) “Las vísceras del caballo estaban regadas/ a lo largo de la línea del tren./ Un niño tuerto era un espejo más/ una suerte de peine u overol./ Los colmillos fangosos eran nidos/ y los vidrios eran flores carnívoras./ Llevo meses así, herido de productividad./ Se me cayó la sequedad y me enrosco/ al gallo a los pericotes./ Como murciélago a diario./ Me he vuelto redondo y escamoso./ Hay una raya que ya no traspaso y una fruta/ sin ánimo./ Yo les deseo toda la felicidad/ hijo Jerónimo/ hijo Sebastián./ La historia del Perú se resumirá/ a cómo se destruye un poeta”. 2) “La hoja observa su contorno carcomido./ El pájaro sus alas destrozadas./ La mosca va por el palo./ El niño tras la naranja./ El tren en pos de la niebla./ El poeta/ como un acordión en la noche/ gime y se desangra. Capulí la luna/ meditación siempre furiosa./ Tomo el mundo en mis manos/ es una bola asquerosa./ Sé que no podré hacer/ ningún milagro”... «Tromba de agosto» (Lluvia Editores, Lima, 1992) retorna al caudal de sus primeros dos libros casi disuelto en «Palomino». Ahora el compromiso con los jodidos de su alrededor social se vuelve obsesivo y a ratos panfletario. «Tromba» sería un poemario prescindible y difícil de explicar si no lo justificara por explosión y rabia la biografía del poeta. Unico pimenteliano de abiertas y continuas resonancias vallejianas, es también el que más recuerda a Dalton. Tal vez porque “Yo devociono a los que no están ahora”, o porque “Hablo desde un cerebro despedazado, donde todo se distorsiona y por momentos se recompone para descomponerse inmediatamente como [...] la realidad”, o porque sus palabras quieren ser y para el autor son “Pedazos de masa encefálica pegados a la pared que hablan”, donde “falanges, huesos rotos, cráneos con pedazos de pelos vivos todavía laten”. Muy otra cosa sucede con «Primera muchacha» (Ediciones Art Lautrec, Lima, 1997), que permaneció inédito por mucho tiempo: es obra de 1974. Con líneas que sabe indispensables, Tulio Mora señala en su prólogo a este poema que “lo que mejor define a un poeta peruano no son sus libros publicados sino sus voluminosas y amarillentas páginas inéditas”. Justamente por eso hay que decir que este seguimiento mío no es necesariamente cronológico sino sigue fechas de publicación. Dicho lo cual diré que «Primera muchacha» es un largo poema en prosa de amor, escrito de un largo tirón y largamente unitario. Su asunto es un supuesto que parte tiempo en planos: desde la perspectiva de un muchacho cuenta la historia de un viejo que ya no podrá amar a la muchacha que pasa frente a él y que con sólo ser y pasar lo enamora. Es un andante recuento de amor desde el otro: desde el viejo que el autor algún día será, como todo poeta en todo tiempo enamorado. “Polvo serán, más polvo enamorado” pudo haber sido su epígrafe quevedesco. Doy una muestra, tomada al azar porque del cuello del azar penden los hilos de la telaraña de la vida, de esta que es una escritura libérrima, claramente personal, y que enseña lo que hay a la sombra en Pimentel: “una muchacha entre las avenidas tan radiante tan bella tan imposible para pedir me concedas esta pieza de baile cuando yo apuro el paso aunque nadie me espera y todo me está llegando realmente y tú hablabas de un albergue de un parque celeste de flores blancas y carretillas de frutas que arrastraba el viento de un arco de piedra de tu pelo como un molino del colibrí en la calle de la soledad y tú hablabas de tus senos que llegaste colgada de un crepúsculo de tu blancura de ganso de tus labios sobre un plato de tus posiciones incorrectas y la leche en tus quejidos y el oído cósmico registrando tus movimientos de araña de gata de pez sol y el remolino de aguas y tus bajadas a la luz de la luna y tus muslos tensos acostumbrados a un estremecimiento a unas manos que te deshacían que convulsionaban tu rostro hasta dejarte como una begonia en el vacío”... «En el hocico de la niebla» (El Mirador, Lima, 2007) fue escrito “a fines de los ochenta y principios de los noventa” y es por tanto “un poemario de fin del siglo XX” como da cuenta Sebastián Pimentel, pero es también de principios del siglo XXI, acoto yo y de actualidad crepitante. Estilísticamente es el mejor de todos los suyos, si bien no conozco los que el autor da por inéditos en 1991: «Persecución y muerte del conde Lerchenfeld», «Muerte Natural», «Punto neutro», «Férulas y frondas» y «Jardín de uñas». En todo caso son libros anteriores o si acaso alguno paralelo, y «En el hocico de la niebla» recoge manifiestamente el fruto de su trabajo y su vocación de poeta y lo resume y lo asume bagaje propio expresional. Es un libro de experiencia y de aliento nuevo que se ostenta memoria de un sobreviviente a la catástrofe de nuestro tiempo por arte de poesía. Ello le da contemporaneidad y potencia el hoy con ayer y con mañana. Aquí los “golpes viajan y son cantos”. «Me conmueven estas verdades»: “Ese es el empeño,/ la convulsión que el gran cielo organiza./ Por qué tener miedo./ Por qué no tenerlo/ Tengo esa sensación silenciosa, suplicante”. «Voces ahuyentadas»: “Qué no supimos entender./ Qué no supimos entender en las distintas manos,/ en las escalofriantes manos que nos amanecieron./ Duerme el firmamento una lástima de sojuzgarnos./ Qué será de las sorpresas. Qué será del pálpito y de la brisa./ Cómo te recuerdo madre/ en el sigilo de voces ahuyentadas./ Qué será padre,/ en qué distancias caminas./ Duerme el firmamento un agotado furor/ que intenta detener el final”. «Carta de un navegante veneciano a una alondra confundida en un bosque de besos»: “Trato de imaginarte abriendo el fulgor más cósmico./ Y sin manos y sin ojos/ te cito con pasmo en la orilla de la memoria./ No estoy perdido./ Te amo en la impaciencia y en el sueño./ Déjame quebrar algo en la quietud sin culpa./ Padéceme y sé razón, que la ola es carne/ de hierbas azules de enero a diciembre./ Déjame ser el verde hilo que te hará sonreír,/ esparciendo la brisa de las garzas y el membrillo./ Alondra, jamás dejes de hablar de lo divino./ Porque sé de tus rezos confundida en un bosque de besos./ Siénteme remando hacia tus ojos inocentes/ que he detenido entre mis manos el mar y no tu corazón”. Y a propósito, «Abrázame corazón»: “La poesía avanza”.

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