domingo, 11 de diciembre de 2016

ASTRONAVE. Panorámica de poesía mexicana (1985-1993). Gerardo Grande y Manuel de J. Jiménez Eds, por Paul Guillén

ASTRONAVE. Panorámica de poesía mexicana (1985-1993)

Compiladores Gerardo Grande y Manuel de J. Jiménez.

En el Perú hasta hace algunos años se escuchaba la repetida frase: “la poesía mexicana carece de riesgo” o una frase incluso más puntiaguda: “la poesía mexicana no ha salido del modernismo rubendariano”, injustos calificativos para una poesía que ha dado muestras de experimentación e inconformidad en poetas nacidos en los años 70; pienso por apuntar algunos nombres en Rocío Cerón, Alejandro Tarrab, Rodrigo Flores, Hugo García Manríquez. Ahora nos convoca Astronave y, de entrada, debo decir: ¡qué tales riesgos que toman estos poetas! El riesgo es visto no como algo sinuoso, sino como un camino, un camino tan natural que es admirable. Solo pienso, a ojo de buen cubero, en las poéticas de autores incluidos aquí como Yaxkyn Melchy, David Meza, Viktor Ibarra Calavera, entre otros. Pero los antologadores –Gerardo Grande y Manuel de J. Jiménez– también son poetas valiosos que bajo otras circunstancias podrían figurar perfectamente como puntas de lanza en el período de tiempo que abarca Astronave

Como se anuncia en el subtítulo del libro este panorama abarca autores nacidos entre 1985 y 1993, el orden es decreciente. En el prólogo del libro se afirma que Astronave no erige una estética en particular, sino que propone un mapeo por los diferentes modos de escribir dentro de la nueva poesía mexicana. Otro punto interesante es la propuesta de una generación del terremoto, estos poetas nacidos en la segunda mitad de los 80´s se distancian de sus antecesores inmediatos en “riesgo, ética y estética”. Otra idea que requiere un detenimiento más profundo es la transdisciplinariedad de algunos de estos poetas; hay un párrafo en el prólogo que es iluminador sobre las tendencias de estos poetas: “entre la máquina metafórica que supone el apego al poema escrito (Paz) y la mudanza de las palabras en el poema, aproximándose a otro tipo de artes (Ulises Carrión)”, claramente muchos de los poetas de Astronave optarían por la segunda opción, pero no todos. De lo que se trata es de evidenciar un contra canon. Infrarrealistas, Abigael Bohórquez, Ricardo Castillo, Manuel Capetillo, Jaime Reyes son “muestras positivas sobre la relectura de lo incomprendido o clausurado” y no solo este contra canon se detiene en voces mexicanas, pues es notorio el influjo de poetas como “Raúl Zurita, Eduardo Milán, José Kozer, Marosa di Giorgio, Enrique Verástegui, Julio Inverso, Alejandra Pizarnik y Roberto Piva”. Si hay que hacerle alguna salvedad a este prólogo “positivo” es que no se individualizan las propuestas de los poetas aquí reunidos.

La antología si bien al inicio pondera una escritura que no se diferencia totalmente de sus antecesores más cercanos, empieza a dar atisbos de otra forma de poetizar con los poemas “Veinticinco” de Daniela Rey Serrata y “2011” de Jesús Carmona-Robles, los dos poemas comparten un imaginario alucinado poblado de zombies y carnicería. Como contraparte de este inicio está Xel-Ha López Méndez, quien a diferencia de estos otros, se preocupa más por la materialidad de la palabra, y no por lo discursivo, es decir, no trabaja el poema como marejada de percepciones, sino como construcción lingüística en apariencia sencilla, pero densa. Retomando este fluir alucinado podemos leer a David Meza, en el fragmento incluido se juega con la idea del desdoblamiento (¿tal vez psicotrópico?, ¿tal vez un experimento de laboratorio?, ¿tal vez un viaje interestelar?): “Y es que nunca había envejecido. ¡Era un niño! ¡Era un niño! Seguía viendo en la caja de zapatos una nave con motores invisibles cuya propulsión podía llevarme hasta los astros más lejanos”. Meza también se sirve de una discursividad teatral, como si el poema fuera un espacio de representación, donde se puede reconstruir un cuerpo, unos sentidos, un mundo diverso. Emmanuel Vizcaya en “Satelizar” le da voz a un androide y logra con sus palabras cierta frialdad y ajenidad frente a lo “humano”. “Anthénites”, también de Vizcaya, casi linda con conceptos de la física. No por algo el libro de donde provienen estos poemas mencionados se titula Termodinámica. “Camino a ninguna parte”, “Dibujando a Checoslovaquia” e “Ian Curtis” de Mariana Rodríguez se pueden leer bajo los mismos presupuestos: viaje interestelar, distancia, alucinación, lenguaje no-lírico colindante con el discurso científico, afán de expansión de un discurso delirante antes que la idea de crear sentidos fijos. Caso contrario es el de Tania Carrera, quien a primera vista parece tratar los tópicos de la cotidianeidad, pero ensanchando los decires, los conceptos y las percepciones. Algo extraño surge al leer a Carrera, no se trata de una anécdota novedosa o de la inclinación metapoética, puesto que el poeta afirma: “Soy como todos: un desconocimiento”, aquí no se trata de la ajenidad, la contención ni la distancia, sino del desconocimiento del cuerpo y la experiencia. En ese sentido, Carrera logra un decir diferente al de sus congéneres. Por su parte, Daniel Malpica en Se escribe con X subvierte temas y reflexiones de la teoría de género, el nacionalismo, la lingüística y la ciencia ficción. Paso seguido viene un poeta alucinado y alucinante, se trata de Viktor Ibarra Calavera, en su discurso icónico y simbólico entran las tachaduras, grandes sabanas de texto que no tienen una dirección definida, una enumeración caótica singular, que no solo se queda en nombrar, sino que transforma y licúa al mundo con sus fragmentos en un gran caos: “Nunca serás un sol negro Serás un plagio Una repetición Un panfleto de mocos Una fiesta de zombies decapitados La juventud no importa si la vida no arde”. El caso de Adelaida Caballero tal vez es ejemplar, en su poesía se percibe ecos de poetas de generaciones anteriores, pero su repertorio retórico se nota fresco, hilvanado por el uso de símbolos y cierto demonismo: “Muerta y renacida varias veces bajo la maraña de los pinos / anduve en el camino de las brujas, / descalza, / respirando / la palabra azul de las frutillas (…) y cuando se apagó la última luz / supe que morir es la mecánica del fuego”. En la antípoda de Caballero se encuentra los escarceos con la poesía visual, el collage escritural o los textos intervenidos que realiza Patricia Binome, aunque en Perro Sombra se nota una utilización de símbolos clásicos, pero ligados a un ambiente grotesco. Yaxkin Melchy es, sin duda, el poeta incluido en esta antología que ha tenido más atención de la crítica, incluso su obra se ha traducido parcialmente al inglés y empieza a ser leída desde otros contextos de enunciación. El fragmento de poema que se incluye de Melchy recuerda algunos ribetes vanguardistas, en esencia no forma verso, sino cadenas de palabras que se van sumando y hacen el efecto de una gran bola de decires que va rodando por la página. Hay un marcado trabajo con la visualidad del poema. De nuevo detectamos el viaje interestelar: “quién viene timoneando el Voyager / ¿por qué? de vuelta desde los confines del sol”, no por algo Melchy entregó en el 2009: Los poemas que vi por un telescopio. Diana Garza Islas es, para mí, toda una revelación: una poeta que juega con las palabras, las estruja como quiere, maneja un ritmo neobarroco, su sintaxis es acumulativa, descentrada (junto con Ibarra Calavera son los dos poetas más neobarrocos de esta selección). Incluso cuando Garza Islas se aproxima a un tema de la cultura de masas como Bob Esponja lo hace desde este fluir incansable, donde lo que prima es el derroche y el quiebre. Alejandro Albarrán, a mí parecer, se acerca a algunos tramos de la poesía del lenguaje y a César Vallejo: esa imposibilidad del decir se asume desde el cuerpo fragmentado y desde el lenguaje astillado. En tanto, Karen Villeda reúne en sus poemas varias vertientes: un manejo adecuado de su arsenal retórico, metapoesía, vanguardismo, ritmos abruptos, rotura de la secuencialidad, etc. Villeda da muestras de esto en los fragmentos incluidos de Tesauro (incluso es sintomático que Astronave cierre/abre sus páginas con un texto de Villeda donde se privilegia la fragmentación, el uso de los espacios y la materialidad casi concreta de la letra).

Astronave es un muestrario de las distintas tendencias de la reciente poesía mexicana, si habría que hacerle una salvedad es que algunos autores abusan de un coloquialismo descuidado y plano y, por otra parte, el exceso de autores (casi treinta) imposibilita que las poéticas más expansivas (Melchy, Meza) se muestren de manera completa.

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